Administradores
Dios ha querido confiarnos, desde su bondad, alguno de sus
dones.
No los impone. Simplemente nos lo da para que los utilicemos
según nuestro criterio.
Podemos tomar conciencia de ese don en nuestra vida y
apoderarnos de él.
Nos creemos los dueños y lo utilizamos conforme nuestro
antojo.
Olvidamos que es de Dios y somos administradores.
Podemos pasar toda nuestra historia sin llegar a darnos
cuenta que poseemos ese don y vivimos ignorando su presencia en nuestra vida.
Reconocer los dones que se poseen no es otra cosa que un
acto de conciencia y madurez.
Reconocerlos como don de Dios es posible para aquellos que
poseen el don de la fe.
Los dones que se poseen requieren ser cultivados y
ejercitados.
No podemos quedarnos con un don en estado infantil puesto
que ello dice inmadurez de nuestra parte.
La vida se encarga de mostrarnos que evolucionamos. Ya no
vemos lo que nos rodea como cuando éramos niños. Vivimos en un constante
crecimiento.
Ello debemos hacer, también, con los dones que Dios nos ha
confiado para que se los administremos.
Tales dones no son para que los impongamos a los demás.
Se deben usar como servicio respetuoso a los demás.
Una de las realidades muy difíciles de vivir es la de ser
respetuosos con los demás. Muchas veces, con la mejor buena voluntad,
pretendemos imponer lo nuestro y ello no hace otra cosa que ofender al otro.
Los dones recibidos los debemos utilizar con sentido común.
En oportunidades debemos ofrecer nuestra capacidad y dar una mano desinteresada
y en oportunidades debemos saber esperar a que esa, nuestra mano, sea
solicitada.
Poner los dones recibidos al servicio de los demás no puede
ser un algo que se realiza pretendiendo un alago, un reconocimiento o una
recompensa.
Debe ser un servicio que se presta poniendo lo mejor de uno
mismo al servicio del bien común.
Jamás debemos comparar los dones que uno pose con los dones
que los otros han recibido. Dios nos ha dado a cada uno conforme su antojo.
Aceptar los dones recibidos como iniciativa de Dios es un
acto de humildad y sinceridad de nuestra parte.
Pretender tener los dones que otro posee es un acto de tonta
envidia puesto que ello no es producente para nuestra realidad.
Podemos, sí, aprender de los demás para hacer que nuestros
dones mejoren creciendo y ello es un acto de autenticidad que debemos realizar.
Debemos aprender pero no intentar copiar o remedar puesto
que hacer tal cosa nos puede hacer perder nuestra originalidad y a ella debemos
defenderla y conservarla a toda costa.
Nuestra originalidad no se manifiesta en el sumarnos
dócilmente a lo que hace la mayoría. Hacer tal cosa no hace otra cosa que
infantilizarnos.
Somos administradores de realidades que Dios ha puesto en
nuestro interior para que, desde allí, nos podamos realizar como personas.
Antiguamente se nos enseñaba que humilde era la persona que
a todo decía “No puedo” “No soy capaz” “No sabría hacer tal cosa”. Hoy, esa
postura está lejos de ser la de un humilde para ser la postura de un cómodo.
Humilde es el que asume los dones que posee como regalos de Dios y los pone,
generosamente, al servicio de los demás.
Darnos cuenta de que los dones recibidos son producto de la
iniciativa de Dios es un maduro acto de humildad de nuestra parte.
Estamos llamados a administrar con madurez, audacia, coraje
y convicción los dones que Dios ha querido regalarnos.
Estamos llamados a ser servidores fieles porque
administradores honestos de las realidades de Dios que están en nuestra
existencia.