Suponía
Creía
tener mis cosas en un orden propio de mí.
Creía
saber lo que había en cada montón de papeles y con facilidad encontrar lo que
fuese a buscar.
Creía
saber lo que tenía y dónde encontrar lo que buscase.
Suponía
y, sin duda, suponía muy mal.
Un
día un sonido extraño llamó mi atención.
No
me importó tratar de ver por dónde surgía tal sonido.
Lo
cierto era que tal sonido estaba dentro de mi cuarto y movía algunos papeles.
Algunos,
al moverse, dejaban ver lo que se encontraba debajo.
Me
agradaba aquel sonido nuevo y le dejaba hacer.
Aproveché
su presencia para revolver en lo que tenía.
Fue
así que me encontré con realidades ni suponía estaban entre mis cosas.
No
recordaba el momento o la razón por la que les había guardado.
El
sonido nuevo ocupaba más y más lugares
de mi cuarto.
Por
algún lugar se había adentrado y movía cada vez más espacios.
Le
dejé hacer. Me encantaba su libertad y espontaneidad con la que se movía
levantando mis papeles.
Parecía
siempre hubiese sido parte de mi cuarto puesto que actuaba y ello despertaba mi
sonrisa y mi admiración.
Llamaba
mi atención el hecho de encontrar realidades que suponía ya no estaban más.
Nunca
las habría buscado puesto que daba por supuesto ya fuesen parte de mi pasado.
Allí
estaban y ello hacía entretenerme en mirarles como grandes novedades.
Fue
así como me fui reencontrando con libros, hojas o apuntes que consideraba
perdidos para mí.
Me
fascinaba verle actuar con tanta libertad y que ello dejase al descubierto
cosas que consideraba ya ajenos a mí.
Suponía
aquel sonido y aquel viento eran un regalo de Dios adentrándose en mi cuarto.
Miraba
su actuar y no podía evitar sonreír.
Fue,
entonces, que cometí un grave error.
Pretendí
dirigir su dirección y su actuar.
Pretendí
hacerle saber que todo mi cuarto era suyo para que se moviese con más libertad.
Algo
hice que el sonido dejó de producirse.
Algo
hice que el viento ya no movía más papeles.
Algo
hice que todo cambió.
Allí
me di cuenta que había pretendido manejar su libertad, que había querido
determinar su actuar.
En
lugar de dejarle libertad se la había buscado manipular.
Quizás
continuase estando pero algo había cambiado y yo era el responsable de tal
cosa.
Ya
no escuchaba su sonido nuevo dentro de mi cuarto.
Ya
no veía se movía papel alguno.
Todo
era normalidad. Esa normalidad que suponía era buena para mí.
Me
daba cuenta extrañaba la ausencia de aquel sonido nuevo que sonaba a risas y
delicadezas.
Me
daba cuenta extrañaba la ausencia de mis cosas en movimiento que permitía el
reencuentro con vivencias en desuso o consideradas perdidas para mí.
No
quiero perder a aquel viento despertador de mi sonrisa y del reencuentro con
sentimientos que me llenan de vida.
Supongo
haber aprendido la lección. La libertad ajena no puede manejarse conforme
nuestro deseo.
Cuando
alguien entra en nuestra vida no es para que lo utilicemos sino que debemos
respetar su actuar por más que nuestros “suponía” quieran imponerse.