Una semilla
Había una vez una pequeña semilla.............
Bueno, no era lo que se dice una pequeña semilla pero........ tampoco
era lo que se puede decir una gran semilla.
Era una semilla de girasol, así, del tamaño de una semilla de girasol.
Muchas veces recordaba de dónde había venido.
Sabía que había nacido en una planta alta, casi del tamaño de una
persona, aunque las habían más pequeñas y, algunas otras, un poco más altas.
Recordaba que esa planta tenía un tronco fibroso y lleno de pequeñas
espinitas que lo hacían áspero pero firme y resistente.
No olvidaba que, aquel tronco, estaba adornado por unas grandes hojas
verdes y que en la punta de la planta había crecido una flor.
Una flor (los agricultores la llamaban: panoja) que tomó, casi, el
tamaño de un plato grande y estaba rodeado de una gran cantidad de pétalos
amarillos y el corazón lleno de semillas iguales a ella.
Era una simple semilla de girasol.
Muchas veces había escuchado de que si se dejaba prensar unas gotitas
de aceite habrían de salir de ella pero........... ¿dejarse prensar?.
Eso era aplastarse, triturarse, molerse, dejar de ser semilla.
Ella no quería dejar de ser una semilla de girasol.
En oportunidades se miraba y se preguntaba.
¿Dónde están mis raíces?
¿Dónde está el tallo que quiero tener?
¿Dónde están las hojas?
¿Dónde está la flor y su capacidad de tener otras semillas?
Recordaba los muchos insectos que se habían posado sobre ella cuando
estaba sujeta a la flor y por más que se exponía a la intemperie ningún insecto
se acercaba donde ella.
Los únicos que se acercaban eran algunos pájaros dispuestos a comerla y
que le obligaban a huir puesto que ella quería ser semilla de girasol y no una
comida para pájaros.
Un día se descubrió mirando al sol pero ella no podía girar rumbo a él.
¿Sería que no sería una semilla de girasol?
Entonces sintió vergüenza, mucha vergüenza, porque había vivido
engañada pensando que era una semilla de girasol y no podía girar en torno al
sol.
Presa de esa vergüenza sintió ganas de desaparecer, de borrarse, de que
nadie más la viera. Se dejó caer a la tierra y, como pudo, se enterró lo más
hondo que supo.
Durante mucho tiempo nadie supo ni recordó a aquella semilla de
girasol, así, como esta hasta que un día.
La tierra comenzó a moverse muy delicadamente y dos pequeños globitos
verdes, coronados por la cáscara de la olvidada semilla comenzaron a aparecer.
Había comenzado el milagro de la vida.
Había germinado su sueño.
Ya no existía más como semilla pero..........
Tenía raíces.
Un diminuto tallo comenzaba a formarse.
Las dos primeras hojitas estaban apareciendo.
Muy pronto tendría una flor que se llenaría de semillas.
Unas pequeñas semillas de girasol.
Bueno, no muy pequeñas pero tampoco muy grandes sino........ unas
sencillas semillas de girasol.
Para ,verdaderamente, ganar la vida y dar frutos debemos animarnos a
perderla.
Es el milagro de la vida, es la lección de una semilla.