Simpatía
Por
lo general, la reconciliación, es una experiencia difícil.
Si
quienes la celebran son niños ello es más difícil aún.
Si
quienes la celebran son niños que lo hacen por vez primera es mucho más
difícil.
Algunos
de ellos llegan con una carga de nervios muy importantes.
En
oportunidades hasta les cuesta pronunciar palabras.
Esta
realidad se ve aumentada cuando deben valerse de un cura que no conocen.
Viven
el temor de lo que se les pueda preguntar.
Viven
el temor de no saber cómo puede reaccionar el cura ante lo que digan.
Viven
el temor de cometer alguna equivocación.
Todo
ello es muy entendible y hay que respetar tal estado.
Ella
llegó como todos los demás.
Con
pasos dubitativos pero muy serena.
Se
sentó cerca de mí y esbozó una exquisita sonrisa.
Yo
le miré y también le sonreí.
Se
puso a hablar y lo hizo con total naturalidad.
Cada
tanto, como subrayando sus dichos, sonreía.
Yo
prolongaba sus comentarios haciéndole sonreír un poco más.
Le
pregunté su nombre y se marchó sonriendo luego de decírmelo.
Cuando,
para mí, terminó la celebración (debí retirarme antes del final) me quedé
pensando en esa niña.
Vivió
el sacramente como lo que, verdaderamente, es.
Una
fiesta de encuentro con Dios.
Para
ella no fue un examen ni una difícil prueba.
¿Por
qué ella pudo vivirlo de esa manera?
Todos
tenían la misma preparación.
Algunos
lo vivieron con mucho nervio.
Algunos
lo vivieron con un nudo en la garganta.
Ella
lo vivió con una sonrisa a flor de piel.
La
reconciliación de los niños suele ser una caja de sorpresas.
Debo
reconocer que no eran niños inconscientes de lo que realizaban.
No
se iban en divagues o comentarios ajenos al sacramento.
Ella
no fue una excepción, fue concreta y puntual dentro de lo que se puede esperar
de una personita de nueve o diez años.
Ojala
hubiesen muchas personas como ella con la capacidad de disfrutar el sacramento.
Tal
vez el comienzo le costó como sucede a todos los que lo celebran.
Pero
muy pronto se olvidó de la dificultad para disfrutar y sonreír.
Hablaba
con naturalidad de lo suyo.
Manifestaba
tranquilamente sus dificultades y sus deseos.
Esa
tranquilidad le hacía disfrutar lo que estaba celebrando.
Esa
naturalidad hacía disfrutable el conversar con ella.
Eso
debe ser el sacramento de la reconciliación.
El
encuentro disfrutable con un amigo.
Un
amigo que estimula sonrisas.
Un
amigo que permite se le hable con
naturalidad.
Un
amigo ante quien no se esconden ni maquilla las vivencias.
Un
amigo que siempre está dispuesto al perdón.
Un
amigo que hace sonreír al verle sonriente.